sábado, 16 de fevereiro de 2008

El silencio es sabio...


"Seamos mansos y humildes de corazón como lo fue el Salvador...


Es difícil ser manso cuando uno es falsamente acusado,
ser manso cuando uno es duramente interrogado,
ser manso cuando un astuto adversario está a la caza,
ser manso cuando uno se duele bajo un atroz golpe que fue una afrenta para una corte de justicia.

Ustedes han oído hablar de la paciencia de Job,

pero aquella empalidece ante la paciencia de Jesús.


Admiren Su paciencia, pero no se contenten con la admiración;
imiten Su ejemplo... y sigan cada trazo.


Oh Espíritu de Dios,
aun teniendo a Cristo como un ejemplo,
no aprenderemos la mansedumbre a menos que Tú nos enseñes;
y aun teniéndote a Ti como un maestro,
no la aprenderemos a menos que tomemos Su yugo sobre nosotros y aprendamos de Él;
pues es únicamente a Sus pies,

y bajo Tu unción divina que nos volveremos mansos y humildes de corazón,
y hallaremos descanso para nuestras almas. "
"El Señor permanece callado; como oveja delante de Sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió Su boca; y yo supongo que la razón fue en parte para cumplir la profecía, y, en parte, porque la grandiosidad de Su alma no se podía rebajar a contender con mentirosos, y sobre todo, porque Su inocencia no necesitaba ninguna defensa...

"Si las palabras no pueden ayudar, entonces, en verdad, el silencio es sabio...

Cuando la mente es torturada con una falsedad maliciosa, y el hombre entero es sacudido por dolores y aflicciones, es bueno que se nos recuerden las consolaciones de Dios."

"La elocuencia es difícil de adquirir, pero el silencio es mucho más difícil de practicar. Un hombre puede aprender más rápido a hablar bien que a no hablar del todo.

Tenemos tanta prisa por vindicar nuestra propia causa que la dañamos con un lenguaje irreflexivo:

si fuéramos calmados, benevolentes, tranquilos, pacientes como lo fue el Salvador, nuestro sendero a la victoria sería mucho más fácil. "

"Observen, además, la armadura que cubría a Cristo:

Vean el escudo invulnerable de Su santidad.

Su vida era tal que la calumnia no podía fraguar una acusación en contra Suya que durara lo suficiente para poder ser repetida.

Los cargos eran tan frágiles que, como burbujas, se desvanecían tan pronto como veían la luz. Los enemigos de nuestro Señor estaban totalmente desconcertados.

Ellos lanzaban sus dardos contra Él, y como si cayesen sobre un escudo de ardiente diamante, cada flecha era quebrada y consumida.


Aprendamos también esta otra lección:

Que habremos de ser tergiversados.

Podemos contar con que, para oídos hostiles, nuestras palabras tendrán otros significados que el que nos proponíamos darles; podemos esperar que cuando enseñamos una cosa que es verdadera, ellos inventarán que hemos expresado otra cosa que es falsa; pero no debemos sobrecogernos por esta prueba de fuego como si fuese algo extraño.


Nuestro Señor y Maestro la ha soportado y los siervos no han de escaparse de ella. Por tanto, soporten la aspereza como buenos soldados de Jesucristo, y no tengan miedo. En medio del estrépito de estas mentiras y perjurios, oigo el silbo apacible y delicado de una verdad sumamente preciosa, pues a semejanza de cuando Jesús estuvo ante el tribunal por nosotros, y ellos no podían lograr que alguna acusación prevaleciera contra Él, así cuando estemos en Él en el último gran día, lavados en Su sangre y cubiertos con Su justicia, nosotros también seremos absueltos.


"¿Quién acusará a los escogidos de Dios?"

Si Satanás se presentara como el acusador de los hermanos, será recibido por la voz:


"Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?"


Sí, amados, nosotros también seremos absueltos de la calumnia.
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre.
La gloriosa justicia de Aquel, que fue falsamente acusado, librará a los santos y toda iniquidad cerrará su boca. "


Cuando el sumo sacerdote le preguntó:
"¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?", cuán clara y franca fue la respuesta del Señor. Aunque Él sabía que esto le acarrearía Su muerte, dio testimonio de una buena confesión. Él claramente dijo: "Yo soy", y luego agregó a esa declaración: "y veréis al Hijo del Hombre", -y de esta manera expone Su humanidad así como Su deidad- "sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo."
¡Qué fe tan majestuosa! Es maravilloso pensar que estuviera tan calmado como para confrontar a los que se burlaban de Él, y reivindicar Su gloria cuando se encontraba sumido en las profundidades de la vergüenza.
Fue como si dijera: "ustedes están fungiendo como mis jueces, pero pronto Yo los estaré juzgando a ustedes: les parezco un insignificante campesino, pero Yo soy el Hijo del Bendito; ustedes creen que me aplastarán, pero nunca lo harán; pues muy pronto me sentaré a la diestra del poder de Dios, y vendré en las nubes del cielo."
Él habló audazmente, como era lo apropiado.
Yo admiro la mansedumbre que podía estar callada,
y admiro la mansedumbre que podía hablar suavemente,
pero admiro todavía más la mansedumbre que podía hablar con valentía,
pero que seguía siendo mansa.
De alguna manera u otra, cuando nosotros respondemos al valor, dejamos entrar a la dureza por la misma puerta, o si dejamos fuera nuestra ira, somos propensos a olvidar nuestra firmeza. Jesús nunca elimina una virtud para dejar espacio a otra. Su carácter es completo, íntegro, perfecto, de cualquier manera que lo veamos. Y seguramente, hermanos, esto debe haber traído otro dulce consuelo para el corazón de nuestro divino Maestro.
Mientras se dolía bajo ese duro golpe, mientras se retorcía bajo esas inmundas acusaciones, mientras soportaba tal contradicción de pecadores en contra Suya, debe haberse sentido satisfecho internamente en la conciencia de Su condición de Hijo y Su poder, y ante la perspectiva de Su gloria y triunfo. Un manantial de agua brota de dentro de Su alma cuando ve por anticipado que se sentará a la diestra de Dios, y que juzgará a los vivos y a los muertos, y que vindicará a Sus redimidos.
Ante el tribunal, el prisionero ha afirmado que Él es el Hijo de Dios.
¿Cuál es el problema?
¿Acaso no puede decir la verdad?
Si es verdad, Él no ha de ser condenado, sino adorado.
La justicia requiere que se haga un interrogatorio para verificar si es el Cristo, el Hijo del Bendito, o no. Él ha reclamado ser el Mesías. Muy bien, todos los que están en la corte, están esperando al Mesías; algunos de ellos esperan que aparezca muy pronto.
¿No podría ser este el enviado del Señor?
Que se haga un interrogatorio en cuanto a sus argumentos.
¿Cuál es su linaje?
¿Dónde nació?
¿Lo ha confirmado alguno de los profetas?
¿Ha obrado milagros?
Algunas de esas preguntas son debidas a cualquier hombre cuya vida esté en juego.
No pueden condenar a muerte justamente a un hombre sin un examen que se adentre en la verdad de su defensa, pues podría resultar que sus pronunciamientos fueran correctos.
Pero no, ellos no quieren escuchar al hombre que odian, y su mera afirmación lo condena; es blasfemia, y ha de morir. Él afirma ser el Hijo de Dios.
Vamos, entonces, Caifás y el concilio, convoquen a testigos para la defensa. Pregunten si ojos ciegos han sido abiertos, y si los muertos han resucitado. Pregunten si Él ha obrado milagros tales como nadie obró en medio de Israel a lo largo de todos los tiempos.
¿Por qué no hacer esto?
Oh, no, por cárcel y por juicio Él ha de ser quitado, y Su generación, ¿quién la contará?
Entre menor sea el interrogatorio, más fácil será condenarlo injustamente.
Él ha dicho que Él es el Cristo y el Hijo de Dios, por lo tanto, es digno de muerte.
Ay, cuántos hay que condenan la doctrina de Cristo sin hacer las debidas investigaciones acerca de ella; y la condenan por los argumentos más triviales.
Vienen a oír un sermón, y tal vez encuentran fallas en los gestos del predicador, como si eso bastara para negar la verdad que él predica; o tal vez digan:
"esto es muy extraño; no podemos creerlo."
¿Por qué no? ¿Acaso las cosas extrañas no son algunas veces verdaderas, y no son muchas verdades sorpresivamente extrañas hasta que se familiarizan con ellas?
Estos hombres no quieren condescender a oír la demostración de la aseveración de Cristo:
no quieren hacer ninguna pregunta.
En esto, como los sacerdotes judíos, prácticamente gritan:
"¡Muera! ¡Muera!"
Él es condenado a muerte, y el sumo sacerdote rasga su vestidura. Yo no sé si llevaba en aquel momento las ropas con las que ministraba, pero sin duda llevaba algún traje peculiar a su oficio sacerdotal, y este es el que rasgó.
¡Oh, cuán significativo fue eso!
La casa de Aarón y la tribu de Leví rasgaron sus vestiduras, y el templo, en unas cuantas horas, rasgó su velo de arriba abajo:
pues los sacerdotes y el templo fueron igualmente abolidos.
Ellos lo desconocían, pero en todo lo que hacían había una significación singular:
esas vestiduras rasgadas eran un índice del hecho que ahora el sacerdocio aarónico había sido rasgado para siempre, y el grandioso sacerdocio de Melquisedec había entrado, pues el verdadero Melquisedec, en ese instante y en ese lugar, estaba delante de ellos en toda la majestad de Su paciencia.
Observen que todos concordaban; no había disidentes; ellos se habían cuidado, no lo dudo, de no dejar que Nicodemo y José de Arimatea supieran algo acerca de esta reunión suya.
La convocaron en la noche, y sólo la ensayaron muy temprano en la mañana, con el objeto de guardar su antigua ley rabínica que establecía que debían juzgar a los prisioneros cuando hubiera luz del día.
Ellos apresuraron el juicio, y cualquiera que pudiera haber hablado en contra de la sentencia sedienta de sangre, fue mantenido fuera del camino. L
a asamblea fue unánime. ¡Ay de la unanimidad de los corazones impíos en contra de Cristo! Es sorprendente que haya tales altercados entre los amigos de Cristo, y tal unidad entre Sus enemigos, cuando el punto es sentenciarlo a muerte.
Yo no he oído nunca de altercados entre los demonios, ni he leído nunca de sectas en el infierno: todos ellos son uno en su odio en contra de Cristo y de Dios. Pero aquí estamos divididos en secciones y partidos, y con frecuencia, estamos en guerra unos con otros.
Oh Señor de amor, perdónanos:
Rey de concordia, ven y reina sobre nosotros, y condúcenos a una perfecta unidad alrededor Tuyo.
Consideren EL ULTRAJE. Permítanme leer las palabras: "Algunos comenzaron a escupirle." "¡Comenzaron a escupirle!" Así fue expresado el menosprecio más efectivamente que por medio de palabras. Quédense pasmados, oh cielos, y sientan un horrible miedo. Su faz es la luz del universo, Su persona es la gloria del cielo, y ellos "¡Comenzaron a escupirle!" ¡Ay, mi Dios, que el hombre sea tan vil! Algunos fueron más lejos, y "comenzaron a cubrirle el rostro." Es una costumbre oriental cubrir el rostro de los condenados, como si no fueran aptos para ver la luz, ni aptos para contemplar a sus semejantes. Yo no sé si fue por esta razón, o como simple burla, que cubrieron Su rostro para que no pudieran verlo, y para que Él no pudiera verlos. Cómo podían de esta manera apagar al sol y tapar a la bienaventuranza. Luego, cuando todo era oscuridad para Él, comenzaron a decir: "Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?" Entonces otro hizo lo mismo, y muchos fueron los crueles bofetones que propinaron a Su bendito rostro. Los escritores medievales se deleitaban en hablar acerca de los dientes que fueron quebrados, de las heridas en las mejillas, de la sangre que fluía, de la carne que fue golpeada y amoratada; pero nosotros no nos atrevemos a imaginarnos esto. La Escritura ha corrido un velo, y dejemos que allí se quede. Sin embargo, debe de haber sido un espectáculo horrible ver al Señor de gloria con Su rostro todo manchado con la maldita saliva de ellos y herido por sus crueles puños. Aquí el insulto y la crueldad se habían combinado:
el ridículo de Sus títulos proféticos y la deshonra de Su divina persona.
Nada fue considerado lo suficientemente malo. Inventaron toda la vergüenza y el escarnio que pudieron, y Él permaneció paciente allí, aunque un solo destello de Sus ojos los habría consumido en un momento. Hermanos, hermanas, esto es lo que nuestro pecado merecía.
¡Algo vergonzoso eres tú, oh pecado! ¡Tú mereces que te escupan!
Esto es lo que el pecado le está haciendo constantemente a Cristo.
Siempre que ustedes y yo pecamos, por decirlo así, escupimos Su rostro:
también tapamos Sus ojos tratando de olvidar que Él nos ve; y también le golpeamos siempre que transgredimos y afligimos Su Espíritu.
No hablemos de los crueles judíos: pensemos en nosotros, y hemos de ser humillados por ese pensamiento. Esto es lo que el mundo impío le está haciendo siempre a nuestro bendito Señor. Ellos también pretenden tapar Sus ojos que son la luz del mundo:
ellos también desprecian Su Evangelio, y lo escupen como algo totalmente desgastado y sin valor: ellos también desprecian a los miembros de Su cuerpo a través de Sus pobres santos afligidos que tienen que aguantar calumnias y ultrajes por Su amada causa. Y, sin embargo, por sobre todo esto, me parece ver una luz sumamente bendita. Cristo ha de ser escupido, pues Él ha tomado nuestro pecado:
Cristo ha de ser torturado, pues Él está ocupando nuestro lugar.
¿Quién habrá de ser el verdugo de todo este dolor?
¿Quién asumirá la tarea de avergonzar a Cristo?
Nuestra redención fue obrada de esta manera, pero ¿quién será el esclavo que ejecutará ese miserable trabajo?
Echen los racimos más ricos que las uvas de Escol; échenlos, pero ¿quién los hollará y extraerá laboriosamente el vino, el generoso mosto que alegra a Dios y al hombre?
Los pies serán los pies dispuestos de los propios enemigos de Cristo:
ellos extraerán de Él lo que nos redimirá y destruirá todo el mal.
Yo me regocijo de ver a Satanás vencido en su astucia,
y su malicia convertida en el instrumento de su propio trastorno.
Él piensa destruir a Cristo, y mediante ese acto, se destruye a sí mismo.
Él atrae el mal sobre su propia cabeza y cae en el hoyo que él ha cavado. Así, todo mal obrará siempre para bien del pueblo del Señor; sí, su mayor bien muy a menudo precederá de aquellos que amenazaban con su ruina, y que les provocaban la mayor angustia.
Tres días ha de sufrir el Cristo y morir y yacer en el sepulcro; pero después de eso, Él debe herir la cabeza de la serpiente y llevar cautiva la cautividad, y eso, por los medios del propio sufrimiento y vergüenza que Él está ahora soportando; de igual manera ocurrirá a Su cuerpo místico, y Satanás será herido bajo nuestros pies dentro de poco.
cuán prestos hemos de estar a soportar la calumnia y el ridículo por causa de Jesús.
No te encolerices, ni pienses que sea algo duro que la gente se burle de ti.
¿Quién eres tú, querido amigo?
¿Quién eres tú?
¿Qué podrías ser cuando eres comparado con Cristo?
Si le escupieron, ¿por qué no habrían de escupirte a ti?
Si lo abofetearon, ¿por qué no habrían de abofetearte a ti?
¿Acaso el Señor habrá de soportar toda la dureza?
¿Habrá de tener Él toda la amargura, y tú toda la dulzura?
¡Bonito soldado eres tú, que demandas una mejor suerte que tu Capitán!
A continuación, cuán sinceramente hemos de honrar a nuestro amado Señor.
Si los hombres estaban tan ávidos de avergonzarle, nosotros debemos ser diez veces más denodados en darle gloria.
¿Hay algo que pudiéramos hacer hoy por lo cual Él pudiera ser honrado?
Pongámonos a ejecutarlo.
¿Podemos hacer algún sacrificio?
¿Podemos realizar alguna tarea difícil que le glorifique?
No debemos deliberar, sino que hemos de hacerlo de inmediato con todo nuestro poder.
Hemos de ser creativos en los modos de glorificarlo a Él, así como Sus adversarios fueron ingeniosos en los métodos de Su vergüenza.
Finalmente, cuán seguramente y cuán dulcemente pueden, todos los que creen en Él, venir y descansar sus almas en Sus manos.
Ciertamente yo sé que quien sufrió esto, puesto que era verdaderamente el Hijo del Bendito, tiene la capacidad de salvarnos.
Tales aflicciones han de ser una plena expiación por nuestras transgresiones.
Gloria sea dada a Dios, porque esa saliva en Su rostro significa un rostro limpio y resplandeciente para mí.
Esas falsas acusaciones contra Su carácter significan que no hay condenación para mí.
Esa sentencia de muerte para Él, demuestra la certeza : "De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna."
Descansemos dulcemente en Jesús,
y si nuestra fe se ve agitada alguna vez,
vayamos a la sala de la casa de Caifás,
y veamos al Justo estando en el lugar de los injustos,
al Inmaculado soportando la condenación por los pecadores.
Juzguemos y condenemos cada pecado y cada duda en la sala del sumo sacerdote,
y salgamos gloriándonos porque el Cristo ha vencido por nosotros,
y ahora esperamos Su aparición con deleite.
Que Dios los bendiga, hermanos, por Cristo nuestro Señor.
Amén.
El Juicio de Nuestro Señor ante el Sanedrín
Un sermón predicado la mañana del Domingo 5 de Febrero, 1882.
por Charles Haddon Spurgeon

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