quinta-feira, 5 de junho de 2008

UN CORAZÓN TRASPASADO


Tema el compungir del corazón.
Te daré cuatro ideas: primero, la necesidad de ello; segundo, la ausencia de ello; tercero, el efecto de ello; y cuarto, sus medios.

I. Primero, la necesidad de la compunción.

Spurgeon dijo,

Una impresión que salva es siempre un compungir de corazón...los predicadores hacen muchas impresiones en sus oyentes, pero bendito sea el predicador que hace una herida en sus corazones. Una impresión que salva se tiene que hacer en el corazón, porque toda religión verdadera tiene que comenzar ahí (traducción de C. H. Spurgeon, “Heart Piercing,” The Metropolitan Tabernacle Pulpit, Pilgrim Publications, reimpreso en 1978, tomo LIV, p. 254).

“Toda religión verdadera comienza ahí.” ¿Dónde? En el corazón. No en la cabeza, sino que en el corazón. El Domingo pasado en la mañana dije que el problema del hombre no es intelectual. Dije que el problema del hombre es el pecado. Ya que eso es cierto, una mera creencia en los hechos del Evangelio no salvará a nadie. La conversión no ocurre en la mente. Ocurre en el corazón.

“Porque con el corazón se cree para justicia” (Romanos 10:10).

En la Biblia, el “corazón” se refiere al centro de la vida interior del hombre, el asiento de la conciencia. Pero el corazón del hombre está corrupto y contaminado por el pecado. El profeta Jeremías dijo,

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías 17:9).

El engaño interior y la maldad de tu corazón te ciegan a la verdad, y te mantienen en un estado de engaño propio.

Es ahí donde viene el Espíritu Santo.

“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado”
(Juan 16:8).

El modo general en que los pecadores son convertidos es por el actuar del Espíritu Santo en la predicación de la Palabra de Dios en reprobar, reprender, y convencer a la persona inconversa de su pecado. La nota de Juan 16:8 de la Biblia The Geneva Bible [en Inglés] dice, “El Espíritu de Dios obra tan poderosamente por la predicación de la palabra, que él constriñe al mundo...a confesar su propia injusticia” (traducción de The 1599 Geneva Bible, Tolle Lege Press, reimpresa en 2006, nota de Juan 16:8). La obra convencedora, que reprende, del Espíritu de Dios causa que sientas en tu corazón que eres un pecador ante los ojos de Dios.

¡Esto no es solamente saber los hechos! ¡No es simplemente una creencia mental en el Evangelio! ¡De ninguna manera! Es el cortar hasta el tuétano de tu malvado y engañoso corazón por el Espíritu de Dios – actuando en la predicación de la Palabra de Dios – hasta que eres compungido, y eres llevado cara a cara con la realidad de que eres un pecador, perdido en tu pecado, torcido en tu engaño propio, ¡condenado en la desesperante maldad de tu propio corazón!

“Cuando él venga, convencerá al mundo de pecado”
(Juan 16:8).

“Al oír esto, se compungieron de corazón …” (Hechos 2:37).

Y yo digo que este compungir es absolutamente necesario, que es el principio de la conversión, y sin ello no hay conversión verdadera, solamente una conversión falsa, solamente un profesar vacío, solamente el “decisionismo” muerto.

“Al oír esto, se compungieron de corazón …” (Hechos 2:37).

II. Segundo, la ausencia del compungir.

Spurgeon dijo,

Si no es una verdadera obra de corazón, no durará. La razón que tantos reinciden es que edificaron en la arena; no había obra de fundación profunda. La obra que salva el alma, la obra que perdura, es aquella donde Dios ara profundamente en al conciencia...Es...la salvación completa, no solamente una profesión de la fe, que durará hasta el fin. Si la impresión que se ha hecho no compunge el corazón, será pasajera [temporal]; y cuando desaparezca será peor, porque la gente que es más difícil de conmover es la que ha sido impresionada muchas veces pero sin ser salva...Usando una expresión común, se han endurecidos al evangelio, y ese es un estado muy serio al que puede llegar el hombre (traducción de Spurgeon, ibid., paginas 256-257).

Sin la compunción del Espíritu de Dios, la conversión no sucederá. A su tiempo Dios dirá,

“No lo toleraré más” (Amos 7:8; 8:2).

Y en aquel día, ya no habrá compungir de conciencia. Tu corazón estará para siempre como piedra. Y Dios ya no pasará por ti. Habrás cometido el pecado imperdonable. Ahora, para siempre, el Evangelio será

“encubierto de tus ojos” (Lucas 19:42).

¿Qué te sucederá si Dios te deja tal como estás? ¿Qué te sucederá si eres dejado sin una conciencia compungida, sin un sentimiento de convicción por tus pecados? Te diré lo que sucederá. Dios te entregará

“a una mente reprobada” (Romanos 1:28).

Y cuando Dios te entregue a tal reprobación, tu corazón endurecido atesorará

“para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras” (Romanos 2:5-6).

Cuando tu conciencia ya no sea compungida, serás como un muerto,

“sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12).

“Al oír esto, se compungieron de corazón” (Hechos 2:37).

III. Tercero, el efecto de esta compunción.

¿Cuál fue el resultado de que sus corazones fueran compungidos? ¿Qué resultó? ¿Qué los movió a que hicieran? La segunda mitad del texto da la respuesta,

“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?”
(Hechos 2:37).

El compungir de sus conciencias los movió a clamar,

“Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37).

Nadie dirá eso con emoción verdadera o con fuerza sino hasta que haya sido punzado en su corazón por el Espíritu de Dios. ¡Él pensará que sabe exactamente qué hacer! Él pensará que sabe la respuesta. Él pensará que lo tiene todo aprendido. Él pensará, “Si solamente hago esto, y esto, seré salvo.” Solamente cuando la convicción del Espíritu de Dios traspase su corazón, él clamará,

“¿Qué haré?”

Podemos repasar vez tras vez las doctrinas del Evangelio, pero eso te hará poco bien a menos que el Espíritu de Dios apuñale tu conciencia. Entonces, cuando seas herido, oirás lo que tenemos que decir sobre Jesús, sobre Su muerte como pago de tu pecado, sobre Su Sangre lavando tu vileza. Pero tú no agarrarás a Cristo, tú no cederás a Él, y no lo recibirás ayuda que salva con lo que te decimos, hasta que tu corazón sea punzado, y sientas con claridad la gran maldad de tu corazón y de tu vida,

“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?”
(Hechos 2:37).

Eso fue exactamente lo que sucedió en la conversión del Apóstol Pablo.

“El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9:5-6).

Con temblor y temor él dijo,

“Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6).

Eso fue exactamente lo que le sucedió al carcelero Filipense. Él

“se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:29-30).

“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?”
(Hechos 2:37).

¡Así, está claro que esta compunción de tu conciencia te llevará a sentir que no tienes idea de cómo ser salvo! Te hará sentir que no sabes nada de ello. Luego sentirás como si no sabes nada, que eres tan ignorante del Evangelio y ciego igual que un pagano que jamás ha ido a la iglesia. Te hará moldeable y enseñable ante Dios.

Matado por la ley, atravesado por el Espíritu de Dios, vendrás con humildad y sobrio, y dirás,

“Varones hermanos, ¿qué [haré]?” (Hechos 2:37).

IV. Cuarto, el medio principal de esta compunción.

Hay varias maneras en que el Espíritu de Dios aplica la ley para compungir a los pecadores en el corazón. A menudo les recuerda de cierto pecado particular que han cometido en el pasado. Él puede hacer eso en ti. Él te podrá recordar de algo de lo que te avergüenzas, y así compungir tu corazón.

Pero el traspasar más profundo a menudo viene cuando la persona perdida siente que su naturaleza misma es pecaminosa. Luego se le hace sentir que

“Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga” (Isaías 1:6).

Mas la manera principal que Dios atraviesa la conciencia es la que se halla en el sermón de Pedro en Pentecostés.

“Al oír esto, se compungieron de corazón…” (Hechos 2:37).

¿Qué era “esto”? Mira al verso 36.

“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).

“A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).

“Al oír esto, se compungieron de corazón...” (Hechos 2:37).

Explicamos estas palabras con gran cuidado, a menos que parezca que justificamos o endosamos el pecado de ser anti-semita. La mayoría de la gente a la que Pedro le hablaba no tuvo nada qué ver personalmente con la crucifixión. La mayoría de ellos eran peregrinos que habían llegado recientemente a Jerusalén a celebrar la fiesta de Pentecostés. Y muchos de ellos eran prosélitos, ni siquiera nacidos de padres Judíos. Esta celebración tomaba lugar cincuenta días después de la Pascua cuando Jesús fue crucificado. Casi todos aquellos que habían llegado para la Pascua ya se habían ido a casa. Por lo tanto, la mayoría de esta gente ni siquiera había estado en Jerusalén cuando Cristo fue crucificado. Aun así, fueron los soldados Romanos, bajo Pilato, quienes realmente clavaron los clavos en Sus manos y pies. Así que cuando Pedro dijo, “a quien vosotros crucificasteis,” él habla de algo mucho más profundo. Él habla de la expiación de Cristo, de la propiciación de los pecados de toda la humanidad por Su crucifixión. El Apóstol Juan, que fue testigo ocular de la crucifixión, dijo,

“Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”
(I Juan 2:2).

Como dijo Isaías,

“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

Y el Apóstol Pablo dijo,

“Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan”
(Romanos 10:11-12).

Esto es lo que Pedro quiso decir cuando dijo,

“A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).

Esto compungió las conciencias de ellos porque se dieron cuenta de que Jesús había sido crucificado por ellos, y por y para toda la humanidad también. Yo creo que, aunque haya sido débil, ellos tenían cierta conciencia de esa verdad del Evangelio,

“Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”
(I Juan 2:2).

“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?”
(Hechos 2:37).

Spurgeon dijo,

Pero el instrumento principal, creo yo, que Dios usa para compungir a los corazones en el corazón es el amor de morir de Jesucristo. Nada hiere como la cruz de Cristo, como igualmente nada sana como la cruz. Cuando descubrimos eso, que por amor y piedad infinitos, Jesús vino a esta tierra y tomó nuestros pecados sobre sí mismo...y murió en nuestro [lugar] en la cruz del Calvario...Ver al que hemos traspasado con nuestro pecado, nos hacer llorar por ello...Sí, el Salvador sangriento hace que sangren los corazones de los hombres, cuando él es traspasado, ellos son traspasados. De una cosa estoy seguro, de que nada traspasó mi corazón como descubrir el infinito amor de Dios al dar su Hijo amado para morir por mi...¡Oh, Espíritu del Dios viviente, da esta [iluminación] a alguno de los escogidos de Dios aquí ahora! Hiere así sus corazones y guíalos al Salvador herido, y que sepan que aquel que en él cree fue amado por Dios desde el principio del tiempo, y serán amados por Dios cuando el tiempo no sea más! (traducción de Spurgeon, ibid., pp. 260-261).

Pensamientos del Salvador cruficado traspasaron los corazones de aquellas personas en el Día de Pentecostés, y deben traspasar tu corazón también, mientras piensas en Jesús muriendo por tus pecados, en tu lugar, como sustituto tuyo. Como lo pone John Newton en uno de sus himnos,

Ví a uno colgado de un madero,
En agonía y sangre;
Sus ojos [llenos de dolor] puso en mí,
Estando yo cerca de la cruz.
Oh, ¿cómo fue que en un madero
El Salvador murió por mí?
My alma se asombra, se satisface mi corazón,
Al pensar que Él murió por mí.

Mi conciencia sintió y reconoció la culpa,
Y en desesperación me sumió;
Ví que mi pecado Su sangre había derramado
Y ayudó a clavarlo allí.
Oh, ¿cómo fue que en un madero
El Salvador murió por mí?
My alma se asombra, se satisface mi corazón,
Al pensar que Él murió por mí.
(traducción libre de “He Died For Me” por John Newton, 1725-1807).

Si tu corazón está compungido por pensamientos de Jesús muriendo como sustituto tuyo, para salvarte de la terrible pena del pecado, entonces ven a Él y hallarás descanso para tu alma, una medicina completa para sanar una conciencia traspasada. Ojalá que así sea contigo. Amen.
De: Dr. R. L. Hymers, Jr.

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